Cuento

El niño de la bruja


Autor:Cuqui Gafitas
Serafín, muñeco de trapo

Mi mamá se fue al cielo cuando yo nací, ya no la pude conocer. Crecí unos años con mi abuela Maruja, la mujer más loca, rara y desastre del mundo. Eso pensaba cuando era niño.

Se olvidaba de hacer la cena casi todos los días y me ponía los calcetines nuevos, los zapatos y luego los calcetines viejos encima.
Cuando no tenía nada para cocinar, me decía que comiera moras, que había muchas por los caminos.

Bruja y Serafín comiendo moras. Peluches

Un día, de esos en los que mi abuela Maruja no cocinaba y tenía que comer por los zarzales, vi a una a mujer volando con un palo de fregona que venía hacia mí. Me asusté y me escondí detrás de unas piedras. Cuando ya se me fue el miedo, me asomé, y la vi comiendo moras también.

Me acerqué a ella y le pregunté si en su casa tampoco le daban de comer, y me respondió que las comía porque le gustaban mucho. Me preguntó lo mismo, y le dije que a mí también me gustaban, pero no todos los días y a todas horas. A partir de ese día venía a buscarme y me llevaba en su fregona color naranja a comer patatas fritas con tomate y perejil.

Un día, mi abuela enfermó y ya no podía cuidar de mí, entonces fui a buscar a la mujer de la fregona naranja, le conté lo que nos ocurría, vino a casa, curó a mi abuela con su magia y me llevó a vivir con ella.

Todos comenzaron a llamarme el Niño de la Bruja.
A casa venía mucha gente y se encerraban en un cuarto que tenía estampitas, bolas mágicas y barajas de cartas. Yo no terminaba de entender como con cosas tan simples se podía adivinar el futuro de una persona, así que le pregunté cómo lo hacía. Me respondió que ella no adivinaba el futuro de nadie, que era la gente que venía a saberlo la que se lo decía primero.

Entonces, le pregunté ¿qué cual era el mío? Me respondió que el mío estaba al lado de mi abuela Maruja, y que cuando fuese mayor entendería que de niño no había podido cuidarme y quererme como a mí me gustaba porque no sabía como hacerlo, porque nadie la había cuidado ni querido cuando era niña. Nadie le había enseñado a querer. No podía darme lo que quería, porque no lo tenía y tampoco sabía.

"Entonces le pregunté por qué hacía esas cosas tan raras como ponerme los calcetines rotos encima de los zapatos, y me respondió: "No quería que tuvieses que andar descalzo cuando se rompieran tus zapatitos, por eso los protegía con los calcetines que ya no servían".

"Le volví a preguntar por qué nunca me dio un beso ni un abrazo" y me respondió:"Quería enseñarte a vivir sin cariño para que si nunca lo encontrabas en la vida no lo echaras de menos, porque no se desea ni se necesita lo que no se conoce. Así serías duro ante el sufrimiento y nunca nadie te podría hacer daño. A lo bueno de la vida, todos nos acostumbramos, pero cuando llega lo malo, no todos somos capaces de aceptarlo y superarlo".

Aquella mujer sabia, un día me dijo que se iba, que si en tres días no volvía que la siguiera. Como a los tres días no volvió, hice mi maleta y me fui a encontrarme con ella, pero lo que encontré fue el primer abrazo y el primer beso de mi abuela Maruja.
La brujita de la fregona naranja era mi abuela materna, la mamá de mi mamá. Ella, la bruja, la que nadie quería, había sido capaz de entender lo que le pasaba a mi abuela Maruja. Simplemente, era pobre en riqueza y en amor.